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Chile y la disputa por la supremacía mundial.

August 24, 2020

 

 

Apenas concluyó la Segunda Guerra Mundial “una cortina de hierro”, en la célebre expresión de Winston Churchill, dividió a Europa y el mundo. Dos  bloques antagónicos  compitieron en todas las esferas. Con una limitación: tanto Estados Unidos como la Unión Soviética contaban  con armas nucleares.  Un  choque frontal significaba la destrucción de ambos. Como ninguna de las partes podía vencer a la otra en una conflagración, a temperaturas termonucleares, no tuvieron más remedio que derivar  a una “Guerra Fría”. Esto es enfrentarse, sin bombas atómicas, a través de terceros países interpuestos evitando así  riesgos mayores.  Este fue el escenario que dominó la segunda parte del siglo XX. Ningún país escapó al choque de las superpotencias y Chile, que buscó un camino propio,  pagó un alto precio por su original  “vía chilena”.

En Estados Unidos las insurgencias  nacionalistas y anticoloniales llamaron la atención del Presidente John F. Kennedy (1961-63), quien elevó las luchas irregulares en países del Tercer Mundo a la categoría de amenaza estratégica. Durante un viaje a Vietnam, en 1952, Kennedy apreció las dificultades que enfrentaban los colonialistas franceses. En otros países observó los brotes rebeldes de inspiración marxista, y captó que muchas insurgencias no obedecían a una instigación ideológica sino que emanaban de demandas sociales.

La llegada de Fidel Castro  al poder (1959) convenció a Kennedy que de poco servía el poder nuclear, y aun el convencional, si era ineficaz para enfrentar los retos insurgentes. A su juicio, el mayor desafío a la hegemonía norteamericana provendría de enfrentamientos menores en países periféricos.  El balance de fuerzas a nivel internacional variaría en el fragor de docenas de batallas sin  que ninguna de ellas fuese decisiva. Pero por esta vía  Estados Unidos vería limitado, en forma creciente, su espacio de maniobra  internacional.

Al llegar a la Casa Blanca Kennedy diseñó una estrategia  dual ante la insurgencia. En el plano económico y social promovió  programas de apoyo que detuvieran la radicalización de las sociedades más pobres: así, la Alianza para el Progreso dispuso fondos para el desarrollo de los países latinoamericanos, mientras los voluntarios de los Cuerpos de Paz canalizaban el idealismo juvenil; millares de jóvenes estadounidenses se repartieron por el mundo para trabajar en policlínicos, sanear aguas, ayudar a campesinos a mejorar sus cultivos o participar en programas de contracepción para moderar el crecimiento demográfico.

En el plano militar, entre tanto, se dotó de grandes recursos a las unidades de fuerzas especiales, los llamados Boinas Verdes, que debutaron  en Guatemala, donde  más de un millar combatió  entre 1966 y 1968.   Allí se cultivó la idea de que existía un enemigo interno que  era la extensión de los afanes de dominación del comunismo soviético. Esta convicción fue transmitida por el Pentágono a los militares latinoamericanos a través de la Escuela de las Américas donde  hasta 1984 se impartieron cursos a más de 50 mil oficiales de la región. En el  Manual de Terrorismo de la Escuela de las Américas, que depende del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, se lee: «Terroristas tales como Stalin, Lenin, Trotski, Guevara, Marighella y otros dejaron un legado de violencia que en el nombre de las masas oprimidas y las causas justas están estremeciendo al mundo. El advenimiento del terrorismo internacional y transnacional ha traído consigo numerosos grupos ávidos de venganza y odio a países del Tercer Mundo, de mercenarios ideológicos que han prestado su experiencia y conocimientos, bombas y armamentos a sus aliados políticos en cualquier parte del mundo».

Chile un caso especial

Desde una perspectiva internacional Chile es un país que, desde hace más de seis décadas ha servido de laboratorio para distintas estrategias políticas. Una suerte de modelo. Algo que comienza  con el gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva (1964-70). Entonces la Revolución Cubana se proyectaba como un atractivo referente de cambio político y gestión del Estado. Para contener a los revolucionarios caribeños Estados Unidos, bajo las órdenes de Kennedy, desplegó  su estrategia reformista. En síntesis, buscaba  modernizar los estados latinoamericanos que entre otras medidas contemplaba el fin de los latifundios mediante una reforma agraria. Este proceso en Chile fue llamado la Revolución en Libertad para contrastarlo con lo que ocurría en Cuba. El proceso tuvo éxito y falencias pero por sobre todo movilizó y radicalizó a un sector de la población. Esto condujo a una experiencia inédita a nivel mundial: la victoria, en 1970, de la coalición de izquierda con el Partido Comunista y el Partido Socialista como las fuerzas principales. La primera vez en el mundo  que un conglomerado marxista llegaba al gobierno en forma democrática, por la vía de las urnas. Una vez más Chile asumió un rol modélico que duró escasos tres años.

Entonces se vivían los tiempos más obscuros de la Guerra Fría. Washington percibió al proceso chileno como una amenaza estratégica pero no por su impacto regional. El entonces secretario de Estado Henry Kissinger se mofó de la irrelevancia estratégica señalando  que “Chile es una daga que apunta al corazón de la Antártica”. Ello no le impidió desestimar el resultado de las urnas al manifestar ante la elección del Presidente Salvador Allende: “Yo no veo porque tenemos que permitir que un país se torné marxista solo porque su gente es irresponsable”. Lo que realmente preocupaba a Washington era el impacto del proceso chileno en Europa. Allí los dos grandes partidos comunistas, el  francés y el italiano, seguían con la mayor atención  la evolución de la Unidad Popular  (UP)  que aunaba a los comunistas y socialistas. Semejante alianza tenía buenas posibilidades victoria electoral tanto en Italia como Francia. La llegada de los comunistas a dos  de los principales gobiernos europeos representa un serio revés para el futuro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la mayor alianza militar de occidente. En relación  a Chile el Presidente Richard Nixon decidió no correr riesgos y ordenó a la CIA causar el mayor caos posible “hasta  hacer chillar a la economía”. Para ese propósito la CIA dispuso de  diez millones de dólares entre 1971y 1973 para asegurar un desbarajuste económico y político.

En 1973, bajo Allende, Chile gozaba de plena libertad de prensa. Al punto que el principal periódico opositor, El Mercurio, recibía generosas ayudas de la CIA . Angello Codevilla, funcionario del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos declaró: “En lo que respecta al apoyo encubierto a un diario en Chile (El Mercurio), después de 1970, ello permitió a ese periódico sobrevivir a los intentos del régimen de Allende por silenciar toda la oposición y pudo servir de punto focal para las fuerzas que se oponían al régimen”.

América Latina está jalonada  por golpes de estado y dictaduras militares pero ninguna cosechó tanto repudio mundial como la chilena.  Las fuerzas armadas con el activo concurso de la derecha, el empresariado y Estados Unidos depusieron al gobierno. Fue un golpe de una violencia inusitada incluso para los estándares latinoamericanos. Las imágenes del bombardeo  aéreo  al  palacio presidencial, con Allende  en su interior, recorrieron el mundo. Allí quedó sellada a fuego para todas las latitudes el carácter de los golpistas guiados por  la máxima de quien puede lo más puede lo menos. Quien no teme disparar contra el primer mandatario nada le importará hacerlo contra ciudadanos ordinarios. La secuela era previsible: miles de chilenos fueron asesinados, decenas de miles torturados y  otros tantos huyeron del país.

El contraste no podía resultar más abrupto  Por su génesis,  democrática con respeto a la legislación e institucionalidad, la UP  concitó un interés análogo al que despertaron los republicanos en su lucha contra el fascismo en la Guerra Civil Española. A Chile no vinieron brigadas internacionales para defender el estado de derecho pero sí desfilaron millares de latinoamericanos y europeos que deseaban empaparse de los aires de cambio de  una experiencia política original. Decenas de miles de jóvenes engrosaron las filas de masivas campañas de solidaridad en apoyo a los chilenos perseguidos por sus  convicciones políticas. Ello ocurría en un período de aguda polarización internacional en que  Estados Unidos enfilaba hacia una derrota en  Vietnam.

Quiebre del orden internacional.

Establecer paralelos y analogías a lo largo de la historia es una tentación frecuente Hoy está en boga proclamar que el mundo camina a una nueva Guerra Fría. Es cierto que está en proceso el desacople entre las economías de Estados Unidos y China. Es una ofensiva iniciada por Washington que pretende mantener a raya a Beijing para preservar su  hegemonía frente a la emergente potencia asiática. En la superficie hay ciertas similitudes con lo vivido en  la segunda mitad del siglo pasado. Pero hay, sin embargo, diferencias tan profundas que es engañoso utilizar el mismo concepto para ambas situaciones.

La enemistad entre lasUnión Soviética y Estados Unidos respondía a dos visiones antagónicas del mundo. El comunismo soviético buscaba la destrucción del capitalismo occidental mientras éste último pretendía lo mismo frente a su adversario. Era una pugna, así al menos lo entendían ambas partes, que debía culminar con la victoria de uno y la derrota del otro. Todo se politizó en esa perspectiva. Las medallas de los Juegos Olímpicos debían dar cuenta de la superioridad de uno u otro campo. Quién lanzaba el primer satélite o pisaba antes la luna. Cualquier rincón del mundo, por irrelevante que fuera, entraba en disputa por la mera sospecha que el adversario mostraba interés.

Estados Unidos observa con preocupación, desde hace décadas,  el auge chino en el campo económico,  diplomático, militar y tecnológico. Pero a la vez China ha representado un gran mercado. General Motors vende más autos en China que en Estados Unidos. Beijing ha comparado fortunas en bonos del Tesoro  estadounidense.  De muchas maneras ambos países imbricaron sus respectivas economías. El Presidente Donald Trump decidió poner alto a esto convencido que China sacaba mayor ventaja que su país de esta relación Esta postura ya existía bajo el Presidente Barack Obama que propuso el  Tratado Transpacífico de Asociación (TPP, por su sigla en inglés), precisamente para frenar la expansión comercial China. Trump, fiel a su estilo agresivo,  ha  llevado la pugna a nuevos niveles que incluyen la esfera tecnológica y la sanción a empresas chinas por su relación  con el Partido Comunista de dicho país.

Pero más que una objeción ideológica es una expresión oportunismo  nacionalista.  En las décadas de los 70 y 80 la agresividad de los estadounidenses estaba volcada contra Japón. Entonces se decía que Tokio pretendía lograr de cuello y corbata lo que no consiguió de uniforme. Nada más conveniente que un enemigo externo para galvanizar los sentimientos patrióticos. El secretario de Estado Mike Pompeo presenta el conflicto como una causa noble que atañe al mundo entero. En una reciente disertación titulada “China comunista y el futuro del mundo libre”   dejó la sensación de  deja vu. Postuló que “Defender nuestras libertades frente al Partido Comunista chino es la misión de nuestro tiempo”.

Los tiempos son muy distintos. Santiago nunca tuvo que elegir campos durante la Guerra Fría. Siempre estuvo anclado en Occidente. Y cuando el gobierno de la UP solicitó el apoyo soviético éste no estuvo disponible. Moscú estimó que no estaba en condiciones de hacerse cargo del proceso chileno pese a sus estrechos lazos con los comunistas criollos.

China no está  preocupada si los que gobiernan los países son de  izquierda o derecha. Ello a tal punto que mantuvieron  óptimas relaciones durante el período dictatorial y  siguieron así con el retorno a la democracia.    Beijing tiene una postura pragmática y se relaciona con quien le convenga. Estados Unidos, por su parte, busca  alinear al resto de los países con sus posiciones. Chile   ya experimenta presiones por parte de Washington para que no compre el sistema de transmisión ultra rápido 5G ofertado por Huawei.  Está por verse  cuan profundo será el quiebre internacional que está en desarrollo. Pero cualquiera sea la brecha ella no será ideológica y, por lo tanto,  no se proyectará en el seno de los países como ocurrió en la Guerra Fría.